acto 3
No todo estaba podrido en el ambiente. Había, para satisfacción de la decencia y del honor patrio, hombres que conservaban su honorabilidad.
Mientras que se ejecutaban los actos que dejo narrados en el capitulo anterior, especialmente la toma del Palacio Nacional y la liberación de los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz, los hombres leales al régimen que encabezaba por voluntad popular francisco I. Madero, sabedores de lo que estaba sucediendo, se aprestaban a entrar en acción en la forma que correspondía a su condición de soldados leales.
En la puerta del cuartel de San Pedro y San Pablo, está un soldado de infantería.
El general Lauro Villar, comandante de la plaza de México, llega vestido de paisano, acompañado del civil Señor Malagamba; penetra al interior del cuartel y, al hacerlo, la guardia, somnolienta, presenta armas, y el oficial de guardia, espada al hombro, rinde el parte en la forma que es de ordenanza:
-No tiene usted novedad en la guardia, mi general.
-Gracias -dice el general Villar y agrega-: ¿donde esta el comandante?
-Solo esta el capitán Aldana -informa el oficial-. casi no tenemos fuerza. La mayor parte del batallón esta destacamentada o anda en partidas; Aquí solamente tenemos reclutas recién incorporados.
-Que venga el capitán Aldana.
El soldado que ha recibido la anterior orden, parte a paso veloz hacia el interior del cuartel, para ejecutar lo que se le ha ordenado.
¿Cuanta fuerza hay aquí? -pregunta el general Villar.
-Tres oficiales y ochenta y cuatro individuos de tropa, la mayor parte de ellos reclutas de reciente incorporación y apenas una sección veterana.
-¿Pero, ya manejan las armas esos reclutas? -vuelve a preguntar el general Villar.
-Si, mi general, si; ya comienzan a saber algo de las armas -informa el oficial y, viendo que se acerca el capitán Aldana agrega:
-Aqui viene mi capitan Aldana, mi general.
Llega hasta cerca del general Villar el capitán Aldana y se cuadra militarmente, expresando sa formula de ordenanza:
-A la orden mi general.
-Ha estallado en la plaza un movimiento contra el gobierno y tenemos que sofocarlo.
-Solo tenemos aqui reclutas, mi general -contesta el capitan Aldana.
a lo que comenta decidido y sin dejar lugar a titubeos, el general Villar:
-Con lo que sea, tenemos que pelear.
.Lo que usted ordene, mi general.
-A la sordina, pero con rapidez -ordena el general Villar-; levante a la fuerza, municionela a doscientos cartuchos por plaza y que se dispongan a marchar ¡pero enseguida!
-¡inmediatamente, mi general!
El capitan Aldana, auxiliado por el oficial que comanda la guardia y dos o tres clases hace que de inmediato se ponga en obra lo ordenado y, al efecto, entran a la cuadra del cduartel en la que duermen los soldados envueltos en sus cobijas. Los oficiales y sargentos van despertando a los que duermen y les imparten rapidamente ordenes que desde luego se comienzan a ejecutar.
Con sueño y todo, la tropa se alista con rapidez, requiere las armas y se coloca, en bandolera, las cartucheras que con celeridad y diligencia les van entregando los sargentos, ya repletas de cartuchos en la proporcion que ordenara el general Villar.
Una vez que se han terminado todos los preparativos, silenciosamente la tropa sale del cuartel, formando de dos en fondo. Marchan en dos hileras, avanzando por las calles del Carmen, cad hilera por cada banqueta de la calle, lo mas pegadas posibles a la pared respectiva. Se les han impartido instrucciones precisas y las siguyen copn esa fidelidad que el soldado sabe que es la mejor forma de evitar riesgos innecesarios. Llevan las armas embrazadas armadas las bayonetas.
Por el centro de la calle, formando un pequeño grupo, cominan el general Lauro Villar, el paisano señor Malagamba y el capitan Aldana.
Sin dejar de caminar, hablan; dice el general Villar:
Los rebeldes se han posesionado del Palacio Nacional y han tomado posiciones en las torres de Catedral; otros de ellos, seguramente que a estas horas estaran libertando a Bernardo Reyes en Santiago Tlatelolco, y a Félix Díaz en la penitenciaria.
y -pregunta el capitan Aldana-, ¿a donde vamos ahora mi general?
-Vamos a tomar Palacio Nacional.
-¿con esta fuerza?
-Si, capitan -afirma rotundamente el general Villar-, con estos reclutas: ¡son de mi 24° Batallon y eso me basta! ¡con estos reclutas tomo yo palacio!
El capitan Aldana no dice una sola palabra, pero, disimuladamente, hace un gesto en que manifiesta que no esta totalmente seguro de que pueda hacerse lo que dice el general Villar.
-Les vamos a tomar por sorpresa -dice el general- No nos esperan y mucho menos por la retaguardia. Vamos a doblar por las calles de la Acequia y entraremos al Cuartel de Zapadores, que ahora esta desalojado, pues solo lo ocupo anoche un escuadron de caballeria que es leal con el gobierno. Por la puerta trasera del cuartel caeremos en el jardin del palacio.
Para que el ruido natural de la marcha no llame la atencion del enemigo, se ordena que rompan el paso, sin llevar compas alguno. En esa forma, y observando, dentro de la rapidez, las mayores precauciones posibles, llegan a la esquina de la calle de la acequia y doblan para encaminarse al Cuartel Zapadores y poner en practica el plan del general Villar.
Rapidamente se apoderan los leales del Cuartel mencionado, y una vez en su interior, el general Lauro Villar se informa, por parte que le rinde el teniente coronel Jual Manuel Torrea, comandante de un escuadron del 1° de caballeria, que ha penetrado al cuartel y en el cuartel y en el que permanece pie a tierra y con el arma a la granadera, de lo siguiente:
-Novedades mi general: Las guardias de las puertas del palacio que daban al 20° batalllon y que fueron desarmadas por los aspirantes, han vuelto a ser armadas y siguen de guardia. Los aspirantes, en desorden, estan en el patio central. Tambien se han posicionado de las torres de la catedral. Todo esto lo he podido observar desde la azotea de este cuartel, mirando discretamente. Un escuadron del primero, pronto para todo servicio. Usted ordena, mi general.
-Muy bien, Torrea -dice el general Villar-, muy bien. La puerta que comunica este cuartel con el jardin traqsero del palacio, ¿esta abierta? -pregunta el general Villar.
-Esta atravesada con travesaños de madera, mi general -informa Torrea.
-Bueno pues eso quiere decir que hat que romper la puerta y por alli entraremos. Usted Torrea, con ese escuadron, salga y formese frente a la "colmena", dando frente a catedral, y coopere con nosotros si es necesario, o bata a los rebeldes que se acerquen al zocalo. Usted, capitan Aldana, ordene que rompan esa puerta condenada y con bayoneta calada nos lanazaremos al interior del palacio y nos apoderaremos de las guardias, ¡vamos!
La puerta que comunicaba el jardin trasero del Palacio Nacional con el cuartel de Zapadores, estaba condenada con travesaños de madera. Se ordeno que unos soldados, armados con barretas de hierro, arremetieran contra ella y la abatieran. No fue necesario mucho trabajo para echarla abajo, y una vez que estuvo el paso listo, la tropa se lanzo al paso veloz penetrando al palacio, llevando a la cabeza al general Lauro Villar.
En un momento dado y cuando los guardias del palacio menos lo esperaban, irrumpen los soldados leales al gobierno, en el patio central y a golpes desarman a los guardias y a los centinelas.
en el pario de honor, los cadetes de aspirantes, armados, deambulan en desorden, y cuando se dieron cuenta de lo que sucedia, fue por que ya estaban ahi los soldados mandados por el general Villar, marchando él mismo a la cabeza, portando en la diestra su pistola. Ante la sopresa de los cadetes, que no sabian que hacer, el general Lauro Villar se encara con ellos y grita con voz estentorea:
-¡viva el supremo gobierno! ¡viva el 24° batallon! ¡adentro muchachos!
La tropa, encardecida por las palabras del general Villar, secunda sus vivas y se posesiona de la guardia, desarmando a los ahi apostados. Golpea a algunos aspirantes y se disparan algunos tiros, y, cuando parecia que aquello se iba a volver un combate, sobresaliendo por encima del fragor de voces, forcejeos, acarreras, ritos y disparos, la voz del general ordena:
-¡a ver, a esos aspirantes, a formar! ¡viva el supremo gobierno!
Los cadetes de la escuela de aspirantes, sorprendidos en grado por la fuerza de la voz del general Villar que sabia imponerse obedecieron rapidamente y se formaron, una vez formados, el general Villar ordena:
-¡Firmes! ¡por la derecha, numeracion por cuatro!
Al conjuro de aquella orden militar, los aspirantes se van numerando con precision:
-¡uno! ¡dos! ¡tres! ¡cuatro!
-¡uno! ¡dos! ¡tres! ¡cuatro!
Y asi, hasta que llego el ultimo de la fila.
-¡empabellonen!... ¡armas! -Ordena el general Villar.
Los aspirantes ejecutan la orden recibida, con la precision caracteristica de los soldados bien entrenados, y cuando lo han hecho, vuelven a su formacion ya sin armas. El general Villar, cuando los cadetes han recobrado sus puestos de formacion, despues de haber dejado sus armas en pabellones, frente a ellos, ordena:
-¡por el flanco derecho, doblando! ¡hileras a la derecha! ¡marchen!
Los cadetes dan el flanco derecho y quedan en formacion de columna por cuatro y emprenden la marcha torciendo a la derecha. El general Lauro Villar los sigue, marcandoles el ritmo con su voz y asi los hace entrar en las caballerizas del palacio, que estan desocupadas. Una vezz que han entrado en aquel recinto, los cadetes de aspirantes, desarmados, el general Villar ordena:
-Capitan: ponga usted aqui una guardia con instrucciones de que haga fuego sobre estos mequetrefes si intentan salirse. El resto de la fuerza pongala en la banqueta y dispuesta a combatir.
Se realiza lo ordenado por el general Villar. Los cadetes quedan bajo la vigilancia estricta de una guardia bien aleccionada, y el resto de la fuerza marcha y sale a la acera frontera del palacio y, desplegandose en linea de tiradores, pecho en tierra, quedan en espera de lo que pueda suceder, con sus fusiles listospara hacer fuego a la orden. A un lado de la puerta central, queda emplazada una ametralladora servida por un oficial, y al lado de ella queda colocada otra pieza servida por un civil, que no es otro que el intendente del palacio: Adolfo Bassó.
El general Lauro Villar, con su inseparable acompañante, el señor Malagamba y otra persona mas, parado frente a la puerta central del palacio, observa cuidadosamente cada milimetro de terreno frente a el y espera.
La caballería, mando del teniente coronel Juan Manuel Torrea, parada frente a la #colmena", permanece con sus aballos de mano y armas embrazadas.
Por diversas partes empiezan a aparecer civiles, atraídos pro los movimientos y los escasos tiros que se dispararon en el interior del palacio,permaneciendo en actitud curiosa, observando los movimientos de los militares.
Un oficial se acerca al generar Villar y le informa:
-Mi general, una columna se caballería se acerca por las calles de la moneda. Son del primer regimiento y con ellos viene el general Gregorio Raíz.
-Bueno -contesta el general Villar y ordena -: ¡listos para combatir!
acto 4
La caballería del general Gregorio Ruiz, con él a la cabeza, formada de cuatro en fondo, desemboca en el Zócalo capitalino saliendo por la calle de la moneda, llevando sus carabinas en posición de "en guardia". Hacen alto frente al Palacio Nacional, y el general Ruiz se adelanta solo. Salen a su encuentro el general Lauro Villar y dos de sus acompañantes.
Haciendo derroche de confianza, tal vez fincada en la falsa suposición de que el movimiento sedicioso era suficientemente fuerte como para que nadie osara a oponersele, el general Ruiz, desde su cabalgadura, dice al general Villar, una vez que ha llegado cerca de el:
-Lauro, estamos levantados contra el gobierno. Toda la guarnición de la plaza esta con nosotros. Detras de mi viene el general Bernardo Reyes, el general Félix Díaz y el general Manuel Mondragon, con toda la artillería. ¿estas con nosotros?
El general Lauro Villar de momento nada dice. Mira directamente a los ojos del general Ruiz mientras acorta la distancia, ya de por si breve, que los separa y, en un momento dado, rápidamente se apodera de las bridas del caballo que monta el general Ruiz y apuntando a este con su pistola, le dice con firmeza y resolución imponentes:
-¡Estoy con el supremo gobierno, y tu eres mi prisionero! ¡ apéate!
El general Gregorio Ruiz, cogido de improvisto, evidentemente sin que tuviera la menor idea del resultado de su acercamiento cuando trato de intimidar al que es ahora su aprehensor, sorprendido y resignado acepto:
-Muy bien, soy tu prisionero.
Y diciendo eso, echo pie a tierra, siendo desarmado inmediatamente por el general Villar quien, devolviéndose a sus hombres, ordeno:
-¡Lleven a este general traidor a la guardia de prevención y pónganle dos centinelas de vista!
Rápidamente es conducido el prisionero al interior del palacio, por los hombres que forman entre los leales al gobierno, y ante la expectación y asombro de los hombres que llegaron siguiendo al ahora preso, que permanecen absortos. El general Villar, con voz levantada y tono enérgico, hablando a la tropa sublevada, dice:
-¡A ver ese coronel del primero, que se acerque!.
La respuesta a esta orden fue todo un manifiesto: el aludido, que no se había perdido un solo detalle de las palabras cambiadas entre los dos generales, por toda contestación exclamo, mientras hincaba los acicates en los ijares de su cabalgadura:
-¡Vaya usted al demonio!
-¡Fuego! - trono la voz del general Villar.
De las armas de la fuerza que esta pecho a tierra frente a palacio y de las ametralladoras apostadas en la puerta central, salen las balas bramando y sembrando la muerte y el pánico. Los soldados que llegaron hasta cerca de palacio bajo el mando del general Ruiz, trataron de responder al fuego, por lo hicieron mas por impulso determinado por la supervivencia que por el deseo de presentar batalla, pues su fuego resulto absolutamente ineficaz, ya que lo hacían mientras emprendían la retirada en medio de un completo desorden.
Algunos hombres y caballos quedaron muertos o heridos. Varios caballos, sin jinetes que los gobiernen, huyen despavoridos atronando con sus cascos.
Ante la escapada del enemigo, cesa el fuego de las fuerzas leales.
En el interior del palacio, en el recinto de la sala de guardia de prevención de la puerta de honor, el general Gregorio Ruiz, sentado en una silla, medita profundamente. Se ha dado perfecta cuenta de su situación y de la actitud de la gente que viniera con él.
Por la puerta central, sale nuevamente el general Villar seguido por algunos de los que han estado con él.
Civiles, atraídos en gran numero por los acontecimientos que se han desarrollado frente a palacio, aparecen imprudentemente en el Zócalo. Algunos atisban tratando de protegerse, por aquello de las dudas, detrás de los arboles o subidos en ellos, mientras otros lo hacen trepados en el quiosco destinado a la música.
La presencia de los cadáveres esparcidos por el frente del palacio, es un espectáculo que no se quiere perder ninguno de los civiles, pero sin embargo, algo les dice que no conviene acercarse mucho, por lo menos, hasta sitios en que no puedan contar con algún resguardo en caso de que las cosas vuelvan a entrar en actividad bélica.
Por la parte externa del palacio, es decir, de la acera del palacio que llega a la calle de la moneda, viene un oficial que camina rápidamente y llega hasta donde esta el general Villar hablando con otras personas. Saludando le informa:
-Mi general, por la calle de la moneda viene nuevamente un grupo de gente armada. A la cabeza, montado, viene el general Bernardo Reyes. La mayoría de los del grupo son civiles o vienen en ropas civiles, pero también vienen varios militares a caballo.
-Bueno - responde el general Villar y luego, vuelto hacia sus hombres exclama -: ¡Listos para entrar en combate muchachos!
No pasan apenas unos cuantos minutos, cuando por la esquina de la calle de la moneda asoma la columna del general Bernardo Reyes, con este a la cabeza, montando un soberbio caballo que maneja con habilidad. Va seguido de numerosos civiles y también por varios oficiales y aspirantes montados. Hacen camino hacia la puerta del palacio. El general Lauro Villar sale a su encuentro, solo.
Al ver al general Villar, el general Reyes trata de aislado de su tropa interponiendo su caballo y le grita, en tono de con dominación:
-¡Rindase, general Villar!
Villar responde pronta y enérgicamente:
-¡Quien debe rendirse es usted! ¡yo estoy con el supremo gobierno!
-¡Rindase! -grita el general Reyes mientras que, simultáneamente a sus palabras, trata de atropellar al general Villar con su caballo; este, logrando con habilidad esquivar las embestidas que el general Reyes obliga a dar a su caballo y echándose a un lado, ordena perentoriamente:
-¡Fuego!
Nuevamente abren fuego con mucha intensidad las armas de los soldados leales al gobierno. Ladran las ametralladoras con su tableteo trágico.
El general Reyes cae del caballo, acribillado, trozado materialmente por el fuego de una de las ametralladoras.
Atrás, entre las filas de la gente que ha llegado siguiendo al general Reyes, caen varios civiles, muchos de ellos muertos, otros solamente heridos, pero las bajas son muy numerosas, pues el fuego que hacen los soldados leales es sereno, certero y nutrido.
Hay de todo entre los muertos y heridos: hombres que fueron llevados por su pasión política y a sabiendas de cual era el riesgo que corrían; mujeres que solamente trataban de satisfacer una curiosidad malsana; papeleritos que -como siempre- figuran entre los grupos populares de nuestra capital. La diversidad de personas yacen, ensangrentando el suelo del Zócalo metropolitano; en el quiosco hay un verdadero hacinamiento de cadáveres.
En mitad de la calle, precisamente frente a la puerta de palacio, queda el cuerpo del general Bernardo Reyes, empapado en su propia sangre.
El general Villar, herido en el hombro, en el que recibió un tiro, trata de contenerse la sangre que mana abundante, oprimiéndose la herida con un pañuelo.
La acción no ha durado mas que unos cuantos minutos y, sin embargo, son mas de quinientas personas las que están tendidas en la tierra, otras tratan de alejarse del lugar de los acontecimientos, dejando un reguero de sangre tras de si.
A la misma hora, mientras en el centro de la ciudad se desarrollaban los acontecimientos trágicos que quedan descritos, en el patio del Castillo de Chapultepec, las tres compañías del colegio militar están armadas, formadas en linea desplegada. Todos los cadetes van uniformados de paño.
En el patio de la residencia presidencial hay varios caballos ensillados con albardón; unos soldados de la guardia presidencial los tienen del ronzal.
En el otro sitio, en el segundo piso del castillo, en medio del jardincillo, hay muebles propios para la terraza. Por ahí aparece el Presidente, Francisco I. Madero. Viste traje de montar; viene acompañado de su esposa, la señora Sára Pérez de Madero; un poco atrás, le siguen los ayudantes, correctamente uniformados de paño y cordones, son los capitanes Federico Montes y Vázquez Schaffino.
-Los caballos están listos, señor Presidente -informa el capitán Vázquez Schaffino, respetuoso.
-Muy bien -contesta Madero y pregunta a continuación dirigiéndose al capitán Montes-: Capitán Montes, ¿que noticias mas recientes tenemos de palacio?
-señor presidente -se apresura a responder el interpelado-. el Palacio Nacional esta en poder de las fuerzas leales: el señor general Lauro Villar logro recuperarlo en un rasgo de audacia; aprehendió al general Gregorio Ruiz y en un intento que hizo el general Bernardo Reyes para apoderarse nuevamente de palacio, fue muerto. Se sabe que el general Félix Díaz, con algunos de sus partidarios, va hacia la ciudadela.
-Bueno -dijo Madero-, pues en lugar de nuestro acostumbrado paseo dominical a caballo, iremos a palacio a cumplir nuestras obligaciones y con nuestro deber.
-Señor presidente -se adelanto el capitán Vázquez Schaffino a informar-, el colegio militar esta listo para escoltarle.
-Perfectamente -dijo Madero y, hablando a su esposa, Doña Sarita, como se le llamaba afectuosamente, dijo-: Sarita, esposa mía, voy a cumplir con mi deber.
-Pancho, quisiera acompañarte como siempre lo he hecho -expreso con convicción la señora-; ahora mas que nunca.
-Ahora no sera posible -manifestó el presidente Madero y agrego, como para paliar la situación- : quizá mas tarde.
-¡Que Dios te ayude Pancho!
-¡ Adiós!
El presidente Madero besa a su esposa y sale luego acompañado de sus dos ayudantes.
Madero siempre acompañado de los capitanes Montes y Vazquez Schaffino, llega al patio inferior del castillo, en donde están esperando los caballos. El señor Madero y los ayudantes montan y salen hacia el Colegio Militar.
Al parecer el presidente, la banda de guerra del colegio militar hace los honores correspondientes a su investidura de Primer Magistrado de la República, mientras que los cadetes, emocionados, en esa ocasión mas que en ninguna otra, dadas las circunstancias que prevalecen y que ellos no ignoran, presentan armas, gallardamente.
Don Francisco I. Madero y sus acompañantes, escoltados por alumnos del colegio militar, salen del castillo de Chapultepec marchando hacia la ciudad de México, mejor dicho, hacia el palacio nacional.
Descienden por la rampa, marchan por el bosque, el cual atraviesan, y continúan su marcha siguiendo por el paseo de la reforma. El colegio militar marcha sin tambores y llevando las armas embrazadas, cosa por demás pertinente si se toma en cuenta que la ciudad estaba en un verdadero estado de guerra, debido a la sublevación.
A la cabeza marcha una descubierta de cadetes que protege el frente del Presidente, mientras que a sus costados y hacia atrás, marcha el resto de los integrantes del Colegio Militar en dos hileras compactas y prolongadas, formando así en torno a la persona del Presidente un muro humano que tiene la reciedumbre del valor mas notable y genuino, el que produce la heroica tradición del glorioso Colegio Militar.
La marcha de Francisco I. Madero, hasta llegar al monumento a Carlos IV, ha sido lo que siempre había sido en día domingo: un paseo; pero un paseo en el que los corazones de sus acompañantes y los jóvenes de su gallarda escolta, latían bajo la impresión de que algo ominoso había en el ambiente.
El presidente saludaba, como siempre, sonriente y afectuoso, agitando su sombrero, en respuesta a los gritos que empezaban a oírse a su paso y que lanzaban los civiles:
-¡viva Madero!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario