viernes, 24 de octubre de 2014

Los libros prohibidos en la Nueva España, una revisión general

Por: Griselda Gómez Pérez
Mucho se ha dicho sobre los libros prohibidos y el control moralista y político que el clero y las autoridades civiles ejercieron sobre los textos, iglesia y gobierno identificaron al libro como el canal de transmisión cultural y vigilaron estrechamente a ese posible disidente que es el libro. La censura, que inicialmente se estableció para los libros de temas religiosos en 1496 se extendió a otro tipo de textos, como novelas, las distintas historias de las indias, tratados de geografía y otros temas que discrepaban con las normas establecidas por las autoridades eclesiásticas y civiles.
En la Nueva España, las primeras víctimas de esta discrepancia religiosa e ideológica fueron los amoxtli o códices prehispánicos, cuya destrucción esta registrada por la historia, como es el caso de la quema de los archivos de las casas reales de Nezahualpiltzintli en Texcoco,- considerado el centro de la cultural náhuatl. Atribuida a los hombres de Hernán Cortés y según Servando Teresa de Míer, por órdenes del propio fray Juan de Zumárraga, quien en su momento fuera inquisidor apostólico, también se puede mencionar el Auto de Maní, ordenado por fray Diego de Landa el 12 de julio de 1562 cuando miles de pictografías de la cultura maya fueron destruidas.
En relación a que los indios aprendieran o no a leer, las controversias estuvieron a la orden del día. En general, las diferentes órdenes religiosas tenían como objetivo enseñar a leer sólo y exclusivamente como un medio para que los nativos tuvieran acceso a la religión. Por ejemplo, los franciscanos Alonso de Molina y Bernarnido de Sahagún fomentaron la lectura bíblica en traducciones manuscritas o impresas, pero por otra parte, se dio el caso de que los dominicos Juan de la Cruz y Domingo de la anunciación opinaran en contra y llegaron a destacar la necesidad de que “todos los libros, de mano o de molde, seria muy bien que les fuesen quitados a los indios”.
En general, los indígenas eran considerados inferiores, sin capacidad de discernir sobre su propia moralidad y raciocinio, por lo que legalmente fueron tratados como menores de edad y como tal, le lectura fue considerada peligrosa por algunas fracciones religiosas. Al respecto en 1555 durante el primer concilio provincial mexicano, se advirtió sobre el peligro de imprimir obras que no fueran previamente censuradas, además se establecieron normas y sanciones para los comerciantes de libros.
Esta postura se venia sosteniendo desde muy tempranas fechas pues por disposición legal desde la Real cédula de Ocaña del 4 de abril de 1531 y reiterada en la cedula de Valladolid de 1541, se prohibió el envió a las indias de libros de romances, historias vanas, profanas y libros de caballerías y por extensión todos aquellos libros que estuvieran vetados en España, y cabe aclarar que el índice español estaba sujeto a los intereses de las autoridades españolas y en ocasiones no coincidían los libros incluidos en el índice romano, por eso se ha podido comprobar que algunos libros prohibidos en España circularon en Roma y viceversa.
Poco después de la publicación del índex librorum prohibitorum et expurgatorum, cuya primera edición data de 1559, el control se hizo mas férreo, pues en el se asentaron las obras de autores prohibidos cuyos textos fueron censurados a causa de herejía, deficiencia moral, sexo explícito, inexactitudes políticas y errores teológicos o morales.
Si bien estas medidas se aplicaron sobre todo a las lecturas destinadas a la población criolla y española, el establecimiento del Tribunal del santo oficio de la Nueva España, en 1571, trajo como consecuencia que las lecturas para los indios fueran un tema de particular interés que fue abordado en 1572 en una consulta entre las autoridades eclesiásticas para determinar las lecturas, de estricta formación moral, podían dejarse en mano de los nativos.
Aún se dio el caso de que hasta los libritos pictográficos que se elaboraron como apoyo para memorizar las oraciones y que eran empleados por los indígenas catequistas, familiarizados con la forma pictográfica tradicional prehispánica, -que más que transcribir, sugerían los contenidos- fueran vistos por algunos clérigos doctrineros como peligrosos.
Los bibliografos están de acuerdo en considerar que no fueron escritos muchos catecismos jeroglíficos pues rápidamente quedaron prohibidos por los adictos conciliares y fueron eliminados de las lecturas de los nativos, lo que contribuyó a que se perdieran las formas de registro gráfico prehispánicas.
Lo anterior permite identificar una incongruencia en las políticas virreinales e inquisitoriales en relación a la lectura; por una parte la veda de leer escritos de alguna manera relacionados con los antiguos códices prehispánicos, textos prohibidos por hetéricos, así como libros considerados simplemente de temas vanos, y por otra parte, una promoción a la lectura considerada constructiva, de los textos que los misioneros les proporcionaban, con ello además podemos observar lo complejo de la situación que prevaleció en esos procesos.
El expurgo de los libros enviados a América generalmente se realizaba en la casa de contratación de Sevilla; el comerciante debía presentar ante los oficiales reales de la casa de contratación un registro con las características del envío y un listado del cargamento en cuestión, entre lo que por supuesto estaban los títulos de los libros incluidos. Después de los trámites meramente administrativos y de fijar los costos de avería, entes de otorgar las licencias de exportación el envió era revisado por el santo oficio de la inquisición y los libros eran cotejados con las listas de control de libros prohibidos, listas expurgatorias y edictos especiales para constatar que no se trataba de hetericos o condenados y así cerrar las cajas con el sello del santo oficio.
Existió la cédula real, dada por Carlos V el 5 de septiembre de 1550, que establecía que los embarques de libros que fueran enviados al Nuevo Mundo deberían ser revisados uno por uno, pero debido a la cantidad de libros que eran comercializados, en ocasiones flotas enteras, estas disposiciones no fueron cumplidas, pues en general los títulos específicos de libros que trataban de aspectos fatuos, no figuraron en los listados de libros prohibidos ni expurgatorios por lo que inadvertidos, en casi todos los embarques llegaron a los puertos del Nuevo Mundo: novelas, poesía profana, caballería y otros temas similares, gracias a lo que puede calificarse como futilidad del tema. El punto central de esto es señalar que una situación ocurrió en el papel, en los mandatos y en la propia acción de los revisores de los cargamentos, quienes obviaron situaciones, pasaron por alto revisiones otros errores humanos que permitieron que impresos y manuscritos no autorizados se pudieran conocer en la Nueva España.
Leonar Irving en los libros del conquistador aventura la opinión en el sentido de que existía algún contubernio entre los oficiales de la Casa de contratación y los comerciantes debido a las ventajas económicas que representaba disimular las enormes cantidades de novelas que ingresaron a la Nueva España. Así, entre lo que nuestros antepasados coloniales no debieron haber leído posiblemente estaban el Amandís de Guala (en general toda la seria de los Amadis y Palmerínes), la crónica Troyana, la crónica del Sid, el Orlando furioso, Orlando enamorado y la épica batalla de Roncesvalle; entre las novelas pastoriles se tiene noticia de: los siete libros de Diana, de Jorge Montemayor. Diana enamorada escrita por Gaspar Gil Polo, la Galatea de Cervantes, la arcadia de Lope. De la novela picaresca tenemos obras consagradas como la vida del lazarillo de Tormes y la tragicomedia de Calixto y Melibea. La novela histórica estuvo representada por Las guerras civiles de Granada, la crónica del rey Don Rodrigo o la Crónica Troyana.
También cayeron en esta categoría los libros con temas sobre las Indias y sus pobladores, por lo que se prohibía la introducción de textos como la Historia de Indias y conquista de México, de Francisco López de Gómara, la Historia de América, de Robertson y aún los comentarios reales de Garcilaso de la Vega.
Igual suerte tuvieron los temas sobre la Revolución de Francia y la filosofía de la ilustración Francesa que también fueron proscritos de la lectura por considerarlos ideologicamente peligrosos. También temas sobre ciencias, como la astronomía, que pudieran contravenir lo establecido por los textos religiosos fueron indizados entre los libros prohibidos como fuera el caso del texto sobre el movimiento de las esferas celestiales, publicado en 1543, y que exponía la teoría heliocéntrica de Nicolás Copernico.
Este excesivo control de las lecturas se reforzó en el puerto de destino, donde de acuerdo a una real cédula de 1556, los empleados de la casa de contratación volvían a cotejar los listados de libros contra los índices de libros prohibidos. Antes de esto el visitador del santo oficio, acompañado de las autoridades civiles, interrogaban bajo juramento y en secreto, al maestre, al piloto y a algunos pasajeros en relación a cualquier anomalía de orden moral que se hubiera suscitado durante el viaje y se incluían algunas preguntas sobre libros que ellos u otras personas trajeran registrados o no, y si tenían alguna característica que los hiciera sospechosos.
Al paso del tiempo la inquisición se reservó las funciones de revisar los cargamentos de libros y los empleados de la casa de contratación se limitaron a remitir este tipo de cargamento al Tribunal de la inquisición quien se encargaba de confiscar los materiales incluidos en los listados de libros prohibidos. Aún se llegó a prohibir comercializar los libros directamente desde Veracruz y se enviaban a la Ciudad de México para que fueran revisados cabalmente.
Ese control a primera vista puede llevarnos a la conclusión de que en la Nueva España se leía poco. Nada más lejos; se dio un proceso contradictorio, pues a través de la inquisición la iglesia prohibía la circulación de algunos textos y, por otra parte, existían normal propiciatorias para la difusión de la cultura escrita como era, por ejemplo, el hecho de que la introducción de libros al Nuevo Mundo estuviera libre de impuestos o que se impulsara la impresión de catecismos y gramáticas en castellano y lenguas indígenas. para controlar la importación de libros se supervisaba, además de los cargamentos de las naves y los avíos de los pasajeros, las librerías, las imprentas y aún las colecciones particulares. El temor a las doctrinas contrarias al catolicismo, la ignorancia y aún la pereza de los comisarios y censores del santo oficio, ocasionaron que en más de una ocasión se destruyeran indiscriminadamente envíos considerados sospechosos y de esa forma algunos escritos se perdieron para siempre.
Así las cosas, el libro identificado como canal ideológico circuló oculto o libremente por las colonias españolas. Las supervisiones de alguna manera se tornaron cotidianas e improductivas y si bien la autoridad imponía trabas al proceso de la difusión impresa, el pueblo, principalmente conquistadores y criollos, se gloriaban de burlar disposiciones y aduanas. Se disimulaban los libros hetéricos bajo el nombre de autores reconocidamente católicos, o los libros prohibidos se encuadernaban junto a otros considerados de sana lectura o simplemente como sugiere Irbing; se empleó el soborno como parte del proceso de comercialización.
No obstante esta continua lucha por controlar los impresos, manuscritos y la lectura de ellos en la Nueva España el libro de hizo necesario a tal grado que el 12 de junio de 1539, Juan Pablos, considerado el primer impresor de América latina, firmó con el editor J. Cromberger un protocolo que lo autorizaba a instalar una imprenta en la Ciudad de México y poco después; según se documenta en una carta de fray Juan de Zumárraga, salió de la casa de Juan Pablos la impresión del primer libro mexicano: Breve y compendiosa doctrina cristiana en lengua mexicana y castellana.
El titulo nos marca las pautas culturales del momento; la enseñanza de la religión católica y del idioma castellano ocupaban las prioridades de los entonces dos hombres más poderosos del virreinato Don Antonio de Mendoza, primer virrey de la Nueva España y el primer obispo de la diócesis de la ciudad de México, Don Juan de Zumárraga.
El control sobre lo que se debería o no escribir se reglamentó y dos de las normas de mayor impacto fueron la real pragmática del 8 de julio de 1502, en la cual se estableció la necesidad de obtener un otorgamiento real o licencia para poder establecer una imprenta, y el documento que estableció la censura real dictada el 7 de septiembre de 1558.
Esto obligaba a los autores e impresores a presentar cualquier manuscrito que pretendiera publicarse (ante el escribano de la cámara del consejo) el escrito previamente censurado por el inquisidor general y su consejo. No así los libros religiosos escritos en latín o las cartillas, vocabularios y gramáticas que sólo requerían la licencia del prelado al que estuviera adscrita la imprenta.
También se normalizaron los datos que debieran identificar a los responsables del escrito y su impresión como: la información correspondiente a la licencia, la asa de venta de los pliegos y la cédula de privilegio, el nombre del autor, del impresor, el lugar de publicación y el tiraje.
Las ilustraciones tampoco escaparon al temor que despertaban los libros, siempre portadores de palabra silenciosa y fértil. No obstante, el uso de ilustraciones ha sido tradicionalmente un recurso de comunicación muy atractivo, por lo que se popularizó el empleo de imágenes y estampas que sin embargo no quedaron fuera de los límites establecidos para los libros.
Es ampliamente conocido que entre los juicios más destacados efectuados en la Nueva España, en 1571 fue precisamente una estampa la causa del proceso que efectuó la inquisición contra el impresor francés, radicado en México, Pedro Ocharte el grabador Juan Ortiz a quienes se les siguió juicio por imprimir una estampa de la Virgen del Rosario cuya leyenda al pie de la imagen contravenía las normas católicas.
La edición de índices de libros prohibidos que se iniciara en 1559 se mantuvo durante siglos, bajo la supervisión de la sagrada congregación del índice, hasta la última lista que data de 1948, pero no fue sino hasta 1966, cuando la iglesia católica decretó que no se continuara renovando su edición. Sin embargo hasta la fecha, el tema moral sobre lo que debe leerse o no, ocupa las actividades de los mediadores entre el libro y los lectores pues la censura se ocupa de los temas como herejía, brujería, deficiencia moral, sexo explícito, inexactitudes o errores teológicos y morales, así como normas de la iglesia. En relación a lo que se debe o no leer, actualmente se puede consultar en Internet una Guía bibliográfica del Opus Dei, en la que se establecen categorías, que recomiendan lo que si puede leerse sin daño moral. La primera está constituida por libros que “pueden ser leídos por todos”, sin embargo es notable que aún algunas historias que uno considera para niños, como por ejemplo los cuentos de los Hermanos Grimm quedan censurados por su contenido fantástico ligado a temas de brujería y hechicería, como sería el caso de la historia de Blanca Nieves. Una segunda categoría la constituye aquellos textos que “requieren un poco de formación” y que si bien son recomendables tienen algún “pero”. Una tercera categoría comprende los libros apropiados para “quien tenga formación” un criterio y cultura católica sólida, y que además cuente con el permiso de su director espiritual para leer ese texto. La cuarta categoría la constituyen aquellos textos que requieren “formación y necesidad de leerlos” por razones de estudio o preparación y por supuesto también se requiere contar con el permiso del director espiritual. La quinta y sexta categorías se clasifican como “no se puede leer” y “lectura prohibida” y necesitan un permiso especial de la delegación o en el caso de la lectura prohibida la autorización del prelado para leerse.
Los lineamientos que aplica la Guía bibliográfica, aplican en general a obras de teología, filosofía y derecho canónico, pero también se incluyen obras de literatura y ciencias como la psicología o la sociología. En contraparte a esta guía se ofrece un indice general de bilbiografías positivas que es un amplio listado de obras que pueden ser leídas sin casi ningún inconveniente.

Luego de este recuento general lo que podemos ver es que las prácticas y las restricciones, así como las recomendaciones por lo que se debe o no leer es una constante hasta nuestros días, sin embargo la postura y actitudes de las autoridades civiles y religiosas, en relación al tema, esta mediada por los derechos de libertad de prensa, que si bien en ocasiones son atropellados, al menos pueden invocarse en defensa de libros y lectores.


viernes, 3 de octubre de 2014

Chichimecas ¿antepasados gloriosos o salvajes depredadores?

Por José Luis Pérez Flores
El norte de lo que actualmente conocemos como México, ha destacado desde la época prehispánica por su diversidad cultural y ambiental; de manera simultánea, la ignorancia e incomprensión han contribuido al arraigo de prejuicios en su contra. Ha sido conceptualizada como una zona de desiertos estériles y sus habitantes, caracterizados como salvajes, en el mejor de los casos como barbaros enemigos de la civilización. Resulta sumamente injurioso uniformar a los pobladores del vasto norte, habitado por una pluralidad de pueblos; sin embargo, en la época prehispánica, colonial e incluso en la actualidad, la diversidad cultural e histórica se diluye en generalizaciones. A lo largo del tiempo ha sido construida una mirada despectiva que continuó durante la dominación española y hasta nuestros días.
Algunas de las fuentes escritas mas importantes para el conocimiento del pasado prehispánico y del siglo XVI novohispano, como Fray Bernardino de Sahagún, autor de la celebra Historia general de las cosas de la Nueva España, y Diego Muñoz Camargo, escritor de la historia de Tlaxcala, subrayan la habilidad de los chichimecas en el uso del arco y la flecha, su modo de vina nómada, la pobreza de sus vestidos y posesiones, también los calificaron como barbaros u hombres silvestres. Otros autores de fines del siglo XVI, como Fernando de Alva Ixtlixochitl, en su libro Historia de la nación chichimeca, también escribieron sobre ellos. Pero desde dos puntos de vista opuestos: por una parte se refieren a ellos como valientes guerreros, poderosos antepasados que fundaron linajes gobernantes a la llegada de los españoles; por otra aseguraban que fueron un grupo de salvajes. ¿Por qué este doble discurso, a todas luces contradictorio?
Para responder a esta preguntar, en primer lugar, necesitamos saber quienes fueron los chichimecas. Recibe este nombre el conjunto heterogéneo de grupos indígenas que vivieron en el norte de Mesoamérica. Desde la época prehispánica fue un término peyorativo que usaban los grupos nahuas de la cuenta de México y alrededores para aludir principalmente a los habitantes de lo que actualmente son los estados mexicanos de Querétaro, parte de Hidalgo, Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas, Aguascalientes y Jalisco. Esta zona suele denominarse como la Chichimecatlalpan, "tierra de los chichimecas". Las fuentes coloniales y algunos autores contemporáneos denominan de esta manera a cualquier indígena del norte de México, incluso del sur de los Estados Unidos.
En el territorio chichimeca, durante la época prehispánica, no sólo tuvieron asiento sociedades agrícolas con una sólida organización estatal; por ejemplo, la llamada cultura Chalchihuites, que construyó los sitios de AltaVista y la Quemada, así como una compleja red de caminos que los enlazaban con sitios menores. Sin embargo, los asentamientos de esta cultura estaban rodeados por grupos de nómadas guerreros con los cuales los miembros de la cultura chalchihuites se interrelacionaron hasta su colapso hacia el año 900 después de Cristo, época en que iniciaron movimientos poblacionales que duraron varios siglos y dieron como resultado el auge y caída de varias culturas mesoamericanas como la Tolteca y las sociedades nahuas de la Cuenta de México y sus alrededores.
La cultura Chalchihuites tiene más afinidad con Mesoamérica, por lo que resulta difícil identificar a sus miembros como chichimecas aunque habitaran el norte. Podemos denominar como "chichimecas históricos" a los grupos de cazadores recolectores que poblaron el norte durante varios milenios; así como a los grupos que emigraron al sur durante varios milenios; y fundaron importantes señoríos como los de Texcoco, Tlaxcala y Tenochtitlan. Pero al momento de la llegada de los españoles, el norte continuaba poblado por grupos que imprimían una gran diversidad cultural a la región, entre ellos destacan los guachichiles, Zacatecos, pamen, cazcanes, etcétera. A pesar de las informaciones someras, quedaron consignadas algunas de las costumbres, creencias, conflictos con otros indígenas y con las autoridades Virreinales de los chichimecas que pelearon la guerra que lleva su nombre (guerra chichimeca); a estos grupos los llamaremos "chichimecas etnográficos". Como podrá apreciar el lector, los movimientos poblacionales de sur a norte y viceversa han sido practicados desde hace varios siglos. Es importante destacar que hubo procesos de expansión de grupos mesoamericanos a las tierras del norte, Marie Areti Hers en el articulo "los chichimecas: ¿nómadas o sedentarios?" considera que las migraciones históricas fueron el retorno de estos grupos que habían adoptado algunos aspectos culturales de los nómadas, como el uso del arco y la flecha, la exaltación de la guerra, deidades bélicas, entre otros. Para Hers no fue la llegada de los nómadas del norte lo que colapsó a los grupos toltecas, más bien éstos facilitaron el retorno de los grupos mesoamericanos que habían ocupado parte del norte, y llegaron para ocupar e vacío de poder existente en ese momento.

LOS CHICHIMECAS Y LA EXPANSIÓN DE LA NUEVA ESPAÑA
La presencia de los invasores españoles significó el fin de los grandes señoríos indígenas. La organización estatal nativa fue destruida, sus prácticas políticas transformadas profundamente, las religiones ancestrales institucionalizadas fueron erradicadas; sin embargo, los ejércitos indígenas y parte de su organización continuaron durante años, incluso estuvieron al servicio de los españoles en varias empresas militares. Tal fue el caso de los Tlaxcaltecas en la conquista de Tenochtitlan y en la mayoría de las incursiones al norte y occidente,
El dominio español inicio en el centro de Mesoamérica, los territorios del norte tuvieron que esperar varias décadas para su explotación y sometimiento, en parte debido a las condiciones medioambientales y a la ferocidad de sus habitantes, que en esos momentos en su matoria eran grupos nómadas. Los españoles en un principio dirigieron sus acciones guerreras contra las grandes unidades políticas mesoamericanas (mexicas, purépechas, etcétera), pero el norte captó su atención cuando fueron descubiertos yacimientos minerales en Zacatecas. 
La penetración española por el occidente y norte desató dos conflictos: primero la Guerra del Mixton, de 1541 a 1550, y luego la Guerra Chichimeca de 1550 a 1590. Pero los españoles no pelearon solos estos conflictos, contaron con la participación de sus aliados indígenas, entre los que destacaron los tlaxcaltecas. Con la derrota chichimeca, la corona impulsó el asentamiento de 400 familias tlaxcaltecas en San Luis Potosí y abrió al norte de la Nueva España a la colonización de los españoles y sus aliados indígenas. La resistencia de los nativos norteños contra la expansión novohispana contravenía los intereses de los españoles y sus aliados, quienes asumieron una posición contraria a la de los indígenas septentrionales que defendían sus territorios ancestrales.
Con base en lo anterior, podemos comprender que los autores indígenas y mestizos cristianos, como Diego Muños Camargo (mestizo tlaxcalteca identificado con los intereses de Tlaxcala), calificaran como salvajes a los chichimecas etnográficos (contemporáneos suyos) que peleaban contra la corona española. Muñoz Camargo también aseguro que el término chichimeca quiere decir de manera metafórica "hombre salvaje". El autor referido resaltó las características más notables de los chichimecas: su forma de vida cazadora y sus habilidades como arqueros; también dijo que comían carne cruda, succionaban y bebían sangre -afirmaciones que seguramente utilizó como un medio para resaltar su presunto salvajismo-. El escritor tlaxcalteca también comparó a los chichimecas guerreros que en ese momento peleaban en el norte, con los moros. Etimológicamente no hay relación entre el concepto de "chichimeca" y el de "salvaje"; la asociación fue un intento de buscar un equivalente cultural desde occidente. Al parecer se trató de una estrategia para diferenciar entre indios "buenos" e indios "malos", es decir, civilizados y cristianos bajo la tutela de la corona y la iglesia frente a los indios malos y salvajes, rebeldes insumisos que se negaban a aceptar el cristianismo y el sometimiento al rey de España. Dicha clasificación impuso una mirada despreciativa contra todos los nativos del norte.
La oposición entre los chichimecas del norte y los mexicanos puede compararse con la antinomia salvajismo-civilización. Todas las fuentes que se asocian a los chichimecas con  salvajes fueron escritas -O pintadas, según sea el caso- después de la dominación española. La identificación del chichimeca como salvaje sólo fue posible a partir del contacto con los europeos, por que las sociedades mesoamericanas carecían de esa categoría Roger Bartra ha demostrado en su libro el salvaje en el espejo que "la cultura europea generó la idea del hombre salvaje mucho antes de la gran expansión colonial, idea modelada en forma independiente del contacto con grupos humanos extraños de otros continentes"  Siguiendo al mismo autor, esta noción es europea, por lo tanto, resulta inútil buscar dicha categoría fuera de la civilización europea occidental. Sin embargo, lo anterior no descarta que los grupos no europeos tuvieran una noción de la otredad.

En el viejo mundo, los griegos generaron una visión sobre el territorio habitado y domesticado por la colectividad asentada en una ciudad en oposición al espacio desordenado e ignoto en el que habitaban los seres monstruosos de su mitología como los centauros, sátiros etc. A los grupos humanos de cultura diferente, los griegos los denominaron bárbaros "hablantes de lenguas no griegas”, quienes eran considerados superiores a los salvajes, aunque la frontera entre ambos conceptos no fuera nítida. Para los antiguos griegos las nociones de bárbaro y salvaje estaban asociadas a prácticas culturales despreciadas por ellos, como apunta Oscar Muñoz Moran en su artículo "salvajes, bárbaros y brutos. De la gracia al México contemporáneo".

LOS CHICHIMECAS COMO ANTEPASADOS GLORIOSOS     
Contrario a Muñoz Camargo, Fernando de Alva Ixtlixochitl dedicó sus esfuerzos a exaltar los linajes que provienen de los chichimecas históricos, propuso una etimología reivindicatoria y libre de carga peyorativa:
Y este apellido y nombre de chichimeca lo tuvieron desde su origen, que es vocablo propio de esta nación, que quiere decir a las águilas, y no lo que suena en la lengua mexicana, ni la interpretación bárbara que le quieren dar por las pinturas y caracteres, porque allí no significa los mamones, sino los hijos de los chichimecas habidos con las mujeres toltecas...
No es mi interés discutir cuál es el verdadero significado etimológico del gentilicio chichimeca -si es lo que hubiera-, el hecho histórico a resaltar es el esfuerzo que hizo Ixtlixochitl por eliminar la valoración negativa de la palabra "chichimeca". Las razones que lo llevaron a presentar una defensa de los indios del norte en su Historia Chichimeca son muy claras: el escritor descendía del linaje de Nezahualcóyotl y por esta vía también era descendiente de Xólotl, el gran caudillo chichimeca fundador de un nievo orden social posterior a la caída de Tula.

Durante las prosperas décadas del dominio español, para los indígenas la legitimidad de los títulos nobiliarios y la posesión de tierras dependían de la comprobación del parentesco con los linajes de Xólotl y Nezahualcóyotl. Por ellos, a Ixtlixochitl le resultaba imprescindible justificar su papel como noble gracias a la participación del linaje chichimeca; de esta manera la figura del guerrero indómito que llegó del norte adquiere relevancia en su discurso político, al mismo tiempo que trata de suavizar el concepto de salvaje. Xólotl fue representado en el códice homónimo como el jede de los chichimecas, carentes del todo refinamiento al grado de que desconocían el uso del fuero, vestían pieles de animales, Vivian en cuevas y se alimentaban de carne cruda; en contraste con su descendiente Nezahualcóyotl, gobernante texcocano caracterizado por su sabiduría y refinamiento. Como ha señalado Carlos Navarrete, la diferencia radical entre la forma de vida chichimeca y la cultura intelectual texcocana propició que la interpretación histórica derivara en un modelo evolucionista en que los bárbaros del norte "evolucionaron" en poco tiempo para convertirse en la Atenas de Mesoamérica. Modelo evolutivo que, como se ha mostrado, deriva de la oposición salvaje-civilización originada en el viejo mundo, que impregnó las propias fuentes del siglo XVI y que también ha sido reproducida en el discurso histórico de los siglos posteriores hasta llegar a nuestra época.