domingo, 16 de noviembre de 2014

Las insurgentes (parte dos)

Sí soy leona, soy fuera y que…

Leona. Nació como María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador, meses antes que el pueblo parisino, enardecido por el hambre, asaltara La Bastilla (1789). Entre los 17 y los 18, murieron sus padres y quedó bajo la tutela de su tío materno, el lector de la Real y Pontificia Universidad, Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, que hechizado por la inteligencia y belleza de la joven Leona, le permitió todo. Huérfana y millonaria, rompió con el compromiso contraído con el peninsular Octavio Obregón, vivió sola e invirtió una gran parte de su herencia en lujos. Al mismo tiempo que la corona abortaba el primer intento independentista del licenciado Francisco Primo de Verdad, fray Melchor de Talamantes, el virrey Iturrigaray y ante la nariz del pomposo rector, sin que éste llegara a percatarse, inició tórrido romance con su ayudante recién llegado de Mérida, Andrés Quintana Roo.

            -desde la infancia pintaba para doña

            Tempranamente había tomado las riendas de su vida y estaba decidida a asirlas de la Independencia; activamente se integró a la orden secreta de los Guadalupes, del dinero de su herencia contrató a unos armeros vizcaínos para que le fabricaran fusiles y cañones al ejército de Morelos. Quintana Roo le pidió su mano a don Agustín, pero lo rechazó y corrió de su casa (1812). La apresaron el siguiente 13 de enero, y no era la primera vez que la buscaban, pero gracias a la ascendencia social del tutor salió bien librada; “seducida por los malvados”, fue su argumento salvador. Quedó recluida en el Colegio de Belén y sometida a juicio inquisitorial por sedición. Pero bien supo resistir, a nadie delató. En Belén la rescataron y llevaron a Tlalpujahua, Michoacán, donde pudo haber contraído matrimonio con Andrés puesto que era apegada al culto y no se supo que se hubiesen casado después. En poco tiempo, Morelos le ofreció la protección del “águila mexicana”.
    Fungió como escribana y contadora del Congreso de Chilpancingo (1814) y publicó su idea de nación en periódicos insurgentes. Así las cosas, es posible afirmar que no sólo fue la primera periodista mexicana sino la primera ideóloga que públicamente expuso su pensamiento. Con la captura y el fusilamiento de Morelos, el congreso se dispersó e Ignacio López Rayón tomó el mando. En los siguientes dos años, Leona y Andrés, vivieron a salto de mata. En alguna cueva perdida del suroeste nació Genoveva (1817), la primogénita de los Quintana Vicario; meses más tarde, fueron capturados. Andrés consiguió el indulto del rey, pero los desterraron a España si bien, por falta de recursos, lo cumplieron en Toluca. El año de 1821 sería mucho mejor, nació su segunda hija, María Dolores, mientras el villano Iturbide se aliaba a Guerrero con el Plan de Iguala, y la tan anhelada Independencia de México se declaró el 24 de febrero. Un año más tarde Iturbide ser convirtió en el primer “emperador” de México, y Quintana Roo no tardaría en señalar las políticas imperiales, así que, una vez más, la familia fue, la familia fue desterrada a Toluca.
     Antonio López de Santa Anna, aliado de Guadalupe Victoria, logró la abdicación del emperador y Leona se convirtió en la primera mujer en tomar la palabra en el Soberano Congreso Constituyente. A diferencia de Josefa, ella sí acepto la compensación económica que la República le ofreciera, una hacienda que dedicaría al cultivo del agave y una casa en la plaza de Santo Domingo que pronto se convertiría en el punto de reunión de los pensadores de la época. El congreso de Coahuila renombró a la Villa de Saltillo, Leona Vicario. Entretanto, el Gobierno del Estado de México le incautó unas ovejas, pero al no obtener una respuesta satisfactoria a su reclamo, lo denunció como robo; vaya, si disfrazada de negro ya había huido de prisión.
     Con el ascenso al poder de Anastasio Bustamante, los Quintana Vicario fueron perseguidos, mas Leona mantuvo los recursos para financiar el periódico “el federalista” y no perdió la oportunidad de restregarle “unas frescas” a Anastasio en el mismísimo Palacio Nacional; asimismo, durante la Guerra de los Pasteles, ofreció sus ganancias y bienes en apoyo a la República.
     Sin claudicar a sus ideas y convicciones, Leona murió el 21 de agosto (1842). Mediante plebiscito, le fueron rendidos funerales de Estado; la nombraron Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria. Nunca abandonó su altruismo, hasta su último día sostuvo el asilo de “pobres y ancianos”. Recapitulando, cito a Carlos Pascual:
     “sus armas eran las palabras; sus pensamientos, sus bayonetas; y sus preclaros razonamientos eran esgrimidos con la misma maestría con la que un espadachín maneja el florete. Las ideas surgen y crecen en el mundo de lo intangible y en ese mundo van tomando forma, capturando conciencias, generando acciones hasta que restallan, hasta que revientan con la fuerza de mil cañones, con el poder de cientos de barriles de pólvora. Y por eso eran tan peligrosos, porque no tenían otras armas más que las de la inteligencia. Tan sólo empuñaron la palabra y por eso había que callarlos, que borrarlos del mapa”.
    
     Lupita y Rita Pérez de Moreno, hija y esposa del insurgente Pedro Moreno. Rita decidió seguir a su marido, y le confió a sus hijos pequeños al párroco de Santa María de los Lagos, hoy Lagos de Moreno. A los nueve años Lupita fue capturada por el capitán realista José Brilanti –quien se enteró de su identidad al pasar por el pueblo-, para canjearla por un sargento y dos soldados que Pedro ya había fusilado. Moreno le contestó que dispusiera de su pequeña conforme a sus ideales, Brilanti la crió como si fuera su hija. Gracias a este hecho, Guadalupe Moreno vivió pero no así sus hermanos menores, Severiano y Prudencia, quienes fallecieron en las batallas del Fuerte del Sombrero; Luis, de 15, murió en combate y lejos de sus padres. Al informarle a Rita de la muerte de su esposo, perdió al niño que anidaba en su vientre.

Autor: Imelda Ortiz González

sábado, 8 de noviembre de 2014

Las Insurgentes (parte uno)

Las causas del movimiento independentista fueron tres.
- primera, el sometimiento de los criollos que no tenían ninguna opción de ocupar posiciones decisivas; todos los virreyes eran nombrados por el rey y enviados desde el otro lado del océano. No hubo autoridad capital de la iglesia no otra principal que fuera nativa de la Nueva España; el  sometimiento era tal que obstaculizaba un progreso ya no digamos lógico sino posible, la corona implantó un régimen de propiedad mediante las prohibiciones de ciertos cultivos como la morera con su cría de gusano de seda, el olivo y la vid. Todo esto no favoreció ni al libre comercio interior ni al exterior. Este sistema, al final del periodo colonial ocasionó que toda propiedad estuviera en manos de una quinta parte de la población.
Si los criollos, mestizos y nativos sufrieron estas limitaciones y discriminaciones, peor la pasaron las mujeres; las estadísticas han demostrado que el ciudadano más discriminado fue la mujer indígena. Pobre y mexicana. Consideremos la importancia del uso de las lenguas nativas en la arenga del levantamiento de Miguel Hidalgo que, de otra manera, no habría podido armar un “ejercito de desarrapados”. Aclaremos, armados con palos y piedras y, en el mejor de los casos, machetes; a los que luego sumaron los presos liberados y armados con la misma armería carcelaria pero, claro, a reserva que abrazaran la causa libertaria y no la suya.
- segunda, la invasión francesa en España.
- tercera: la independencia de los Estados Unidos se convirtió en un modelo a seguir y que pronto se transformaría en una sombra pesada de sobrellevar.

Las insurgentes en sus circunstancias.

Las circunstancias  de las insurgentes iban de mal en peor en relación directa con su posición social. En este marco de referencia, destacaron tres de condición holgada y acceso a la educación, Gertrudis Bocanegra, Josefa Ortiz, Leona Vicario y mencionaríamos algunas más. Si bien, hablar de las tres señoras es relativamente sencillo dada la información existente, habría que subrayar su relación con otras mujeres indígenas.

Mujeres de ideas y convicciones
Gertrudis, hija de criolla y de español, nació en Pátzcuaro, como María Gertrudis Bocanegra de Mendoza (1765). Se integró a la gesta pasados los cuarenta años, y ya lo había pensado desde tiempo atrás. Inteligente y preparada, de su nana purépecha no sólo aprendió su lengua sino que supo de las injusticias a las que era sometido sistemáticamente su pueblo, simplemente por el orden virreinal y el régimen de propiedad. Cuando supo del levantamiento en Dolores, convenció a su hijo y a su esposo, un alférez de apellido Lazo de la Bega, para unirse a los insurrectos. Su aportación radicó en armar una red insurgente entre Pátzcuaro y Tacámbaro, constituida por mujeres purépechas; red que, desde luego, sería complicado interpretar.
Para confirmar la adhesión familiar, una de sus tres hijas se casó con otro rebelde. Luego vino al trago amargo de perder a su esposo e hijo en campo de batalla, pero ni en esas circunstancias mermaron sus convicciones. Por el contrario, suministró información, organizó fuerzas, reclutó simpatizantes, ofreció su casa para reuniones e intentó convencer a integrantes del ejército realista hasta que la traicionaron. Aguantó torturas e interminables interrogatorios, pero no cedió ni un ápice.
Fue fusilada en la plaza de Pátzcuaro al pie de un fresno (1817). Como corresponde a toda una doña, murió arengando al pelotón y a todos los presentes para que se unieran a la causa libertaria; estaba convencida de que juntos lograrían un mundo mejor. Ha sido llamada Benemérita Americana, Heroína de Pátzcuaro y luchadora tenaz.
Josefa nació como María de la Natividad Josefa Ortiz Téllez Girón en una familia mestiza de la antigua Valladolid (1768). Quedó huérfana muy joven y bajo custodia de una hermana que estudió en el colegio jesuita de esa ciudad hasta que se casó con Miguel Domínguez (1791). Tuvieron 14 hijos, al menos dos murieron al nacer. Afirma Eugenio Aguirre que era una mujer muy atractiva. Su marido fue nombrado corregidor (1802) y sin dilación empezó a promover los derechos indígenas, entre otras obras de caridad. Lo convenció de unirse al movimiento independentista y abrió su casa para las reuniones de conspiración a las que llamó “veladas literarias”; a ellas acudieron Aldama e Ignacio Allende, quien cortejaba a una de sus hijas.
     El juez eclesiástico Rafael Gill de León le informó a Domínguez (1810) de una tal conspiración en Querétaro, pero fingió no saber nada y temeroso de la enjundia de Josefa, decidió encerrarla. No obstante, la doña ya había tomado precauciones y siguió en comunicación mediante clave acordada, hizo saber a Miguel Hidalgo cuál era la situación en una carta confidencial. De esta manera, el prócer decidió adelantar el levantamiento para que los conspiradores pudieran huir, más el truco no resultó para los Domínguez. Fueron detenidos el mismo día que Hidalgo se levantó en Dolores, el corregidor logró ser liberado pronto, pero a Josefa la mantuvieron encerrada hasta 1817.
     Una vez instalado Agustín de Iturbide como primer emperador, le ofreció un puesto en su corte, pero fiel a sus convicciones no lo aceptó por contrariar a los ideales que siempre defendió. Le fueron ofrecidas muchas condecoraciones y sistemáticamente las rechazó, argumentó que sólo había cumplido con su deber; no la tentó ni sustantiva compensación que la República le ofreciera por los daños y gastos ocasionados durante la gesta. Poco a poco se fue inclinando hacia los liberales más radicales y fue leal a este nuevo matiz de sus convicciones hasta su muerte en la Ciudad de México (1829).
     En 1878, el congreso de Querétaro declaró a Josefa Ortiz de Domínguez Benemérita de la Patria y dispuso que su nombre quedara grabado en letras de oro en el salón de sesiones.
     La Güera Rodríguez nació como María Ignacia Xaviera de Velasco Osorio Barba Jiménez Bello de Pereyra Fernández de Córdoba Salas Solano y Gracias (1778), tan hermosa que era llamada Venus; con el correr del tiempo y al crecer de sus hijas, fueron llamadas Venus y las tres Gracias. Por su carácter bullicioso y seductora conversación, siempre estuvo involucrada en el acontecer político de los revoltosos años de la independencia.  Con gran tino y sentido de la oportunidad, participó tanto en el bando realista cuanto en el insurgente, por lo que fue requerida por la Santa Inquisición. Si bien sufrió destierro en Querétaro, supo salir victoriosa ante el mismísimo inquisidor Juan Sáenz de Mañozca, gracias a que le sacara a relucir su inmoralidad y orientación sexual.
     Airosa criolla, dorada y rubia, de entornados ojos azules celados de espesas pestañas y expresivas cejas bien delineadas; fino talle y formas opulentas, ¿Quién podría resistirla?, ¿acaso Alejandro Von Humboldt?, quien pese afirmar no haber visto belleza igual en ninguna otra geografía, estaba blindado de sus preferencias alternas. Se casó a los 16 instigada por el virrey Juan Vicente de Güemes y Pacheco conde de Revillagigedo quien juzgara descarado el coqueteo de la güera con el alcurnioso militar José Jerónimo López de Peralta de Villar Villamil y Primo, caballero de la orden de Calatrava, maestrante de Ronda, capitán de las Milicias Provinciales y subdelegado del pueblo de Tacuba por nombramiento del rey de España; todo esto, muy a pesar de las reservas de la familia del contrayente. En la demanda de divorcio consta que la golpeaba por casquivana. Cómo evitarlo, si era la dama de compañía de célebres novohispanos y más…
     Conoció al Caraqueñito Simón Bolívar a sus 16 años y no sería peregrino deducir que con los cinco que le llevaba fue mucho lo que de la Güera aprendió, seguro a cambio le regaló la semilla de su sueño libertario y quién lo sabe si acaso no fue un sueño compartido. El divorcio nunca se consumó, el desdichado Jerónimo un disparo erró, a la cárcel fue a dar y en dicho lugar, pronto murió. Viuda, legitimada y con cuatro hijos, contrajo matrimonio con Mariano Briones, un honorable septuagenario soltero y apegado al culto, pero sobre todo muy rico; a los tres meses lo mató de tanto placer, enfriamiento por “destape de cobijas” argumentó el parte médico. Otra vez viuda, pero encinta. Ante la suspicacia de sus cuñadas, parió en tiempo a su hija Victoria –una de sus tres Gracias-, con la ventana abierta a los transeúntes para legitimar a la niña y quedarse con la herencia entera.
     Hacia 1820 frecuentaba al dueño de la hacienda de Apaseo el Grande, justa la casa de Los Perros en Guanajuato, ahí conoció a Agustín de Iturbide. No se piense que traicionaba el sueño libertario compartido con Bolívar, la doña estaba urdiendo la trama; tan es así que, mientras embelesaba al futuro emperador, de su peculio vistió al “ejercito de desarrapados”. Por éste y otros hechos, ha sido consensuado acreditarle la conversión del recalcitrante realista a la causa insurgente. Declarada la independencia en septiembre (1821), Iturbide modificó el trayecto del ejército trigarante para pasar por su ventana a rendirle un ramo de rosas a tan bella insurgente.
     Tras el fusilamiento del primer emperador, la Güera se casó por tercera ocasión con el chileno Juan Manuel Elizalde "lo privo de seso y de juicio”, afirmó Artemio de Valle-Arizpe. Elizalde fue un hombre gentil y bien portado con quien vivió una vida plácida. En esta época, el reyecito Carlos IV, el de “el caballito” pidió al mejor pincel de la Nueva España un retrato de las cuatro americanas de quienes había escuchado maravillas, y pudo comprobar la certeza de su legendaria belleza; así mismo, se ha dicho que Manuel Tolsá se inspiró en la gozosa Güera para realizar, paradójicamente, la Purísima de la profesa.
     Luego de vivir intensamente todo lo que quiso, al final de sus días se arropó en el hábito pardo de la orden de las hijas de San Francisco  murió en paz a los 73 años (1851).

     Desafortunadamente, todo este brillo y “su” tan extenso como notable listado amoroso, han velado “esas sus ideas”, hijas de una mene brillante; lo cierto es que fue una pieza decisiva en el devenir independientemente de nuestra nación: como no serlo si dio cátedra de emancipación y diplomacia.

(El credito al creador(a) del presente articulo aparecera en la segunda parte)
Leona Vicario
supuesto retrato de la Güera Rodríguez


Josefa Ortiz de Dominguez