Sí soy leona, soy
fuera y que…
Leona. Nació como María de la Soledad Leona
Camila Vicario Fernández de San Salvador, meses antes que el pueblo parisino,
enardecido por el hambre, asaltara La Bastilla (1789). Entre los 17 y los 18,
murieron sus padres y quedó bajo la tutela de su tío materno, el lector de la
Real y Pontificia Universidad, Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, que
hechizado por la inteligencia y belleza de la joven Leona, le permitió todo.
Huérfana y millonaria, rompió con el compromiso contraído con el peninsular
Octavio Obregón, vivió sola e invirtió una gran parte de su herencia en lujos.
Al mismo tiempo que la corona abortaba el primer intento independentista del
licenciado Francisco Primo de Verdad, fray Melchor de Talamantes, el virrey
Iturrigaray y ante la nariz del pomposo rector, sin que éste llegara a
percatarse, inició tórrido romance con su ayudante recién llegado de Mérida,
Andrés Quintana Roo.
-desde la infancia pintaba
para doña
Tempranamente
había tomado las riendas de su vida y estaba decidida a asirlas de la
Independencia; activamente se integró a la orden secreta de los Guadalupes, del
dinero de su herencia contrató a unos armeros vizcaínos para que le fabricaran
fusiles y cañones al ejército de Morelos. Quintana Roo le pidió su mano a don Agustín,
pero lo rechazó y corrió de su casa (1812). La apresaron el siguiente 13 de
enero, y no era la primera vez que la buscaban, pero gracias a la ascendencia
social del tutor salió bien librada; “seducida por los malvados”, fue su
argumento salvador. Quedó recluida en el Colegio de Belén y sometida a juicio
inquisitorial por sedición. Pero bien supo resistir, a nadie delató. En Belén
la rescataron y llevaron a Tlalpujahua, Michoacán, donde pudo haber contraído
matrimonio con Andrés puesto que era apegada al culto y no se supo que se
hubiesen casado después. En poco tiempo, Morelos le ofreció la protección del
“águila mexicana”.
Fungió
como escribana y contadora del Congreso de Chilpancingo (1814) y publicó su
idea de nación en periódicos insurgentes. Así las cosas, es posible afirmar que
no sólo fue la primera periodista mexicana sino la primera ideóloga que
públicamente expuso su pensamiento. Con la captura y el fusilamiento de
Morelos, el congreso se dispersó e Ignacio López Rayón tomó el mando. En los
siguientes dos años, Leona y Andrés, vivieron a salto de mata. En alguna cueva
perdida del suroeste nació Genoveva (1817), la primogénita de los Quintana
Vicario; meses más tarde, fueron capturados. Andrés consiguió el indulto del
rey, pero los desterraron a España si bien, por falta de recursos, lo
cumplieron en Toluca. El año de 1821 sería mucho mejor, nació su segunda hija,
María Dolores, mientras el villano Iturbide se aliaba a Guerrero con el Plan de
Iguala, y la tan anhelada Independencia de México se declaró el 24 de febrero.
Un año más tarde Iturbide ser convirtió en el primer “emperador” de México, y
Quintana Roo no tardaría en señalar las políticas imperiales, así que, una vez
más, la familia fue, la familia fue desterrada a Toluca.
Antonio
López de Santa Anna, aliado de Guadalupe Victoria, logró la abdicación del
emperador y Leona se convirtió en la primera mujer en tomar la palabra en el
Soberano Congreso Constituyente. A diferencia de Josefa, ella sí acepto la
compensación económica que la República le ofreciera, una hacienda que
dedicaría al cultivo del agave y una casa en la plaza de Santo Domingo que
pronto se convertiría en el punto de reunión de los pensadores de la época. El
congreso de Coahuila renombró a la Villa de Saltillo, Leona Vicario.
Entretanto, el Gobierno del Estado de México le incautó unas ovejas, pero al no
obtener una respuesta satisfactoria a su reclamo, lo denunció como robo; vaya,
si disfrazada de negro ya había huido de prisión.
Con
el ascenso al poder de Anastasio Bustamante, los Quintana Vicario fueron
perseguidos, mas Leona mantuvo los recursos para financiar el periódico “el
federalista” y no perdió la oportunidad de restregarle “unas frescas” a
Anastasio en el mismísimo Palacio Nacional; asimismo, durante la Guerra de los
Pasteles, ofreció sus ganancias y bienes en apoyo a la República.
Sin
claudicar a sus ideas y convicciones, Leona murió el 21 de agosto (1842).
Mediante plebiscito, le fueron rendidos funerales de Estado; la nombraron
Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria. Nunca abandonó su altruismo, hasta
su último día sostuvo el asilo de “pobres y ancianos”. Recapitulando, cito a
Carlos Pascual:
“sus
armas eran las palabras; sus pensamientos, sus bayonetas; y sus preclaros
razonamientos eran esgrimidos con la misma maestría con la que un espadachín
maneja el florete. Las ideas surgen y crecen en el mundo de lo intangible y en
ese mundo van tomando forma, capturando conciencias, generando acciones hasta
que restallan, hasta que revientan con la fuerza de mil cañones, con el poder
de cientos de barriles de pólvora. Y por eso eran tan peligrosos, porque no
tenían otras armas más que las de la inteligencia. Tan sólo empuñaron la
palabra y por eso había que callarlos, que borrarlos del mapa”.
Lupita
y Rita Pérez de Moreno, hija y esposa del insurgente Pedro Moreno. Rita decidió
seguir a su marido, y le confió a sus hijos pequeños al párroco de Santa María
de los Lagos, hoy Lagos de Moreno. A los nueve años Lupita fue capturada por el
capitán realista José Brilanti –quien se enteró de su identidad al pasar por el
pueblo-, para canjearla por un sargento y dos soldados que Pedro ya había
fusilado. Moreno le contestó que dispusiera de su pequeña conforme a sus
ideales, Brilanti la crió como si fuera su hija. Gracias a este hecho,
Guadalupe Moreno vivió pero no así sus hermanos menores, Severiano y Prudencia,
quienes fallecieron en las batallas del Fuerte del Sombrero; Luis, de 15, murió
en combate y lejos de sus padres. Al informarle a Rita de la muerte de su
esposo, perdió al niño que anidaba en su vientre.
Autor: Imelda Ortiz González